Boca lo pasó por arriba a River con la cabeza :: Olé

Las frases hechas a veces ayudan para no decir nada. Los superclásicos “son partidos aparte” se repite siempre aunque no necesariamente se cumpla a rajatabla. A Boca no le sobraba mucho pero venía mejor y ciertamente en levantada. La lógica lo ponía de candidato en la Bombonera y así fue.

Los golpazos de River en las últimas semanas, con eliminación de la Copa Argentina y derrotas en el Monumental con rivales objetivamente mucho más chicos y contra los que nunca pensó que penaría como penó, armaron un combo del que no se sale solamente con fútbol.

Los mejores entre los mejores no lo son solo por sus habilidades técnicas. La cabeza sale a la cancha en cada partido y si la confianza acompaña, la historia puede ser como la que le pasó ayer a Boca. Jugador por jugador, más de un analista sin contexto podría evaluar que River era más. Pero la realidad fue otra vez la única verdad. Ni Gallardo, que mostró flancos para debatir con respecto al planteo, ni sus jugadores pudieron cambiar a tiempo el chip, la vibra con la que vivieron la previa.

Quizá la síntesis de esa mentalidad es Zeballos. Luego de mucho tiempo relegado, volvió al equipo. Y los partidos le dieron momentos como para caerse de nuevo, para quedarse en la promesa que no despega. Cuando erró el penal contra Estudiantes, era un desafío ver cómo asimilaba el golpe. Encima tenía todo el entretiempo para martirizarse por la chance perdida. No se enroscó, salió a jugar el ST y metió un golazo.

Esa confianza fue contagiosa. Avasallante en un partido en el que se vio a uno buscando el pase, la jugada, la triangulación que se busca cuando se está seguro de sí mismo. Mientras que enfrente había jugadores de probada jerarquía que alternaban un pase bien con tres mal, sin reacción ni autoestima para hacer lo que técnicamente seguro saben hacer, pero hay algo que se los impide. Están bloqueados.

Boca lo arrolló mentalmente de tal manera que hacía tiempo no se veían tantas diferencias entre uno y otro en cancha. River necesita escapar rápido del laberinto en el que entró y del que ninguno, incluso Gallardo, ha encontrado la salida.